La afición a la cría de aves como animales de compañía se remonta a más de 4.000 años, este dato se confirma por el hallazgo de distintos tipos de jaulas en los restos de antiguas civilizaciones.
Algunas de las aves que comparten con nosotros espacio y tiempo ya eran moradores habituales de los hogares de nuestros antepasados.
En el caso del miná gigante de la India (mainate) podemos asegurar que era uno de los protagonistas de los festejos realizados hace miles de años en su lugar de origen, eran paseados y exhibidos públicamente en carromatos.
Son muchos los personajes y situaciones que nos hablan de las estrechas relaciones entre el ser humano y los distintos tipos de aves.
Por ejemplo, el comediógrafo Aristófanes (aproximadamente 400 a.C.) hacía múltiples referencias en sus obras a distintas especies de aves, entre otras a los jilgueros.
Los generales de los ejércitos de Alejandro Magno fueron los responsables de la introducción de una cotorra en Grecia tras la invasión en el 327 a.C. del norte de la India.
Esta cotorra tomó el nombre del máximo responsable de aquellos ejércitos: cotorra de Alejandro o cotorra alejandrina.
En la antigua Grecia tenían muy clara la capacidad de ciertas aves de imitar sonidos, incluso la voz humana. Tras este descubrimiento de los griegos, los loros comenzaron a convertirse en aves muy apreciadas.
En Roma, el interés por estas aves llegó hasta tal punto que incluso se crearon “clases” para enseñar a hablar a los loros. Esta afición por las psitácidas provocó que incluso ciertos esclavos se dedicaran de forma exclusiva al cuidado de los animales de jaula.
Durante el reinado de Tiberio (14-37 a.C.) se cuenta que el cuervo de un zapatero recitaba con gran claridad los nombres del emperador y de sus hijos.
En Europa se tiene constancia de que las aves eran populares en las cortes y de que habitaban los aposentos de las reinas.
Cuando Cristóbal Colón regresó del viaje del descubrimiento de América en 1943, trajo un par de papagayos de frente blanca (Amazona leucocephala) como presente para la reina Isabel la Católica.
Enrique VIII, en el siglo XVI, disfrutaba de la especial compañía que le aportaba un loro gris. Este simpático animal hacía las delicias de su propietario imitando a los barqueros del Támesis.
Los canarios, en el siglo XV, ya eran conocidos y reconocidos por toda Europa. Un gran número de importantes damas de la época aparecen posando en sus retratos con uno de estos ejemplares sobre uno de sus dedos.
Desde 1850 se animó a los campesinos de las Islas Canarias a que criaran estos pájaros para posterior exportación. En el siglo XVII los canarios podían ser vistos y disfrutar con sus cantos en las cafeterías de toda Europa, tener estos ejemplares en los negocios cara al público suponía una de las principales formas de atraer a la clientela.
En el caso de los periquitos, podemos asegurar que tienen una historia de domesticación menor que la del canario; su capacidad de imitar sonidos fue descrita por primera vez en el año 1780 por Thomas Watling, un falsificador deportado a Australia.
Pero hasta que John Gould, un afamado naturalista, regresó a Inglaterra en el año 1840 de sus viajes de trabajo por Australia, no comenzó la expansión de la fama del periquito.
Muchas de las aves que se adquirían para su comercialización en la primera mitad del siglo XX llegaron a Europa en barco. Con la aparición del servicio comercial aéreo, los tiempos de llegada de nuevas especies al continente se acortaban.
Este nuevo sistema de transporte abría las puertas a la entrada de todo tipo de especies, nuevos animales que los aficionados esperaban ansiosos, fuera cual fuera su precio final.
Muchas de aquellas especies son las que actualmente llenan de sonidos y bellas imágenes nuestros hogares.